Del origen de un país llamado Finlandia

febrero 21, 2010

Juan Carlos Díaz Lorenzo

Desde mediados del siglo XVI, los suecos, que habían logrado contener los ataques del zar Iván el Terrible, lograron apoderarse de algunos territorios en Estonia y en la región de Ingria y a partir de entonces el país de Finlandia conoció una época de relativa prosperidad, creándose nuevos asentamientos, así como vías de comunicación, servicios postales y, como hito cultural más destacable, la fundación, en 1640, de la Universidad de Finlandia, en Turku.  

En 1648, cuando se firmó la Paz de Westfalia, Suecia salió triunfante y comenzó un período que significó una europeización política y cultural del país, consolidado en una gran potencia y que desarrolló una actividad política y militar apuntando hacia los Países Bálticos, Polonia y más tarde, Alemania. La reina Cristina, hija de Gustavo II Adolfo, que había subido al trono en 1644, se convirtió al catolicismo y abdicó de su reino en 1654, pasando en Roma la mayor parte del resto de su vida.

Durante su reinado, en el que la ciudad de Estocolmo alcanzó una relevante posición como sede del Gobierno central y de las administraciones del país, tanto los jefes militares como la nobleza vieron reforzado su poder e influencia y, curiosamente, hemos de señalar que una gran parte de los impuestos eran recaudados en los feudos de Ostrobotnia y en Carelia. Y ello fue así, entre otras razones, debido a la prohibición impuesta a las ciudades del golfo de Finlandia y del golfo de Botnia de comerciar libremente con el extranjero, haciéndolo siempre a favor de la capital. Durante este período, la población y los centros económicos del reino estaban situados en las ciudades de Gotemburgo, Estocolmo, Turku, Tallin y Viborg. 

Extensión del Gran Ducado de Finlandia (1662)

Finlandia, mientras tanto, mantenía un protagonismo secundario y no sería hasta el siglo XVIII cuando se convirtió en una región periférica, debido tanto a la expansión de Gotemburgo y del comercio con occidente como al avance de Rusia hacia el oeste, en tiempos del reinado de Pedro el Grande.

La historia de Finlandia en el siglo XVII está jalonada de una serie de acontecimientos destacados, como la creación de un Tribunal de Apelación en la ciudad de Turku (1623), la fundación de la Universidad en dicha ciudad, a la que ya nos hemos referido; la traducción del texto íntegro de la Biblia al finés (1642) y el nacimiento de algunas ciudades y administraciones especiales, como la del gobernador general, el conde Per Brahe.

Durante la primera etapa de gobierno de este personaje, el territorio estaba constituido por las provincias de Finlandia y de Käkisalmi, mientras que en la segunda etapa eran las provincias de Finlandia y Ostrobotnia las que integraban dicho territorio, y no la de Käkisalmi, lo que demuestra, en opinión del profesor Matti Klinge, “que la palabra Finlandia no se utilizaba con el mismo sentido que ahora”.

Estampa otoñal de la catedral de Turku y sus alrededores

Por entonces se produjo una corriente migratoria dentro de las fronteras del reino, lo cual repercutió en las relaciones lingüísticas. Desde la Edad Media venía produciéndose la emigración de los finlandeses occidentales a Suecia, y a comienzos del siglo XVII, mucha gente de la población agrícola de la provincia de Savo se desplazó a las regiones de Värmland y Dalarna, donde poco a poco fueron fundiéndose lingüísticamente con los suecos. Del mismo modo que la centralización del reino y la preponderancia cada vez mayor de Estocolmo contribuyó a reforzar la posición de la lengua sueca en Finlandia.

De modo temporal, sin embargo, se atendió a que los funcionarios destinados en las zonas fino-parlantes conocieran la lengua finesa, y en el siglo XVIII hubo en la Dieta un traductor finés para los representantes del campesinado. En Estocolmo, junto a la iglesia principal de la ciudad, había una iglesia finlandesa que todavía hoy presta sus servicios. Hay que destacar, no obstante, que en el siglo XVII la lengua alemana desempeñaba un gran papel en la corte y en la burguesía de las ciudades, del mismo modo que lo hacía el latín en el mundo universitario.

Sin embargo, en las dos primeras décadas del siglo XVIII, la denominada Guerra del Norte (1700-1721) acabó con este período de estabilidad y prosperidad, rematado por la derrota del rey Carlos XII de Suecia a manos de las tropas del zar Pedro el Grande en la batalla de Poltava (1709), lo cual facilitó la invasión rusa de Finlandia (1710) y la consiguiente devastación del país, época triste en la memoria colectiva conocida como la “Gran Rabia”.

La batalla de Poltava, pintada por Denis Marten el Joven (1726)

Los acuerdos del Tratado de Nystad (1721) permitieron que Rusia se apoderara de los territorios de Estonia, Livonia, Ingria y del istmo de Carelia, siendo éste último motivo de enfrentamientos en el transcurso del tiempo. Casi a mediados de la centuria, en 1743, el Tratado de Turku agregó una porción del territorio de Finlandia. A comienzos del siglo XIX (1808), el zar Alejandro I de Rusia, después de la paz firmada con Napoleón en Tilsit, decidió invadir el país finés y unos meses después, en 1809, el Tratado de Fredrikshamn reconoció oficialmente su anexión.

Había nacido, entonces, la etapa rusa del Gran Ducado de Finlandia, término con el que se conoce el periodo que abarca desde la conquista del territorio en la Guerra de Finlandia (1808-1809) hasta la independencia del país, declarada el 6 de diciembre de 1917. Sin embargo, Finlandia era conocida como Gran Ducado desde 1581, cuando el rey Juan III de Suecia adoptó el título de gran duque y tal dignidad fue, por consiguiente, un rango honorífico atribuido a los reyes suecos hasta 1809.

Durante dicho período de autonomía la evolución política, cultural y social del país no dependió tanto de la forma de gobierno, sino de la benevolencia de cada uno de los zares rusos. En el transcurso del siglo XIX, Finlandia experimentó tanto períodos de desarrollo favorable como otros de opresión o “rusificación” por parte de los mandatarios de turno.

El zar Alejandro I se autonombró Gran Duque y configuró el territorio añadiéndole los anexos conquistados en 1743 y 1809, así como la mayor parte de los territorios adquiridos por el Tratado de 1721, de modo que, en la práctica, las fronteras de Finlandia se encontraban próximas a la gran ciudad de San Petersburgo, lo cual sería motivo de importante controversia en el transcurso de algo más de un siglo después. Alejandro I prometió una autonomía según las estipulaciones de la constitución sueca de 1772 y 1789, y aunque al final de su reinado se hizo más conservador en sus ideas, no llegó a violar la constitución finlandesa.

Nicolás I, su hermano y sucesor, fue más autoritario y reinó sin convocar la Dieta -parlamento basado en cuatro estados: noble, clerical, llano y campesino-, controló la libertad de prensa, aunque mantuvo su promesa de Gran Duque y no interfirió en los asuntos internos de Finlandia.

Plaza del Senado de Helsinki, con la estatua del zar Alejandro II

Su hijo Alejandro II fue bastante más liberal con respecto a Finlandia. Convocó la Dieta en 1863, lo que supuso el comienzo de un fructífero período de legislación. Alejandro III, hijo del anterior, adoptó una orientación conservadora y paneslavista, que tuvo sus repercusiones también en Finlandia en 1890, cuando promulgó el llamado Manifiesto Postal, lo que suponía una violación directa de la Constitución de Finlandia y sometió el Servicio Postal al control directo de la administración rusa.

A finales de la centuria el Gran Ducado de Finlandia gozaba de una considerable autonomía, aunque el sueco seguía siendo el idioma oficial. La larga tradición entre Suecia y Finlandia logró, de alguna manera, que los finlandeses de comienzos del siglo XIX se sintieran vinculados con los suecos, hasta que en 1812, el nuevo poder establecido decidió el traslado de la capital de Turku a Helsinki, rompiendo, de ese modo, con la tradición.

Nicolás II, el último Gran Duque de Finlandia e hijo de Alejandro III, mantuvo la dignidad de Gran Duque de Finlandia hasta la independencia del país. Aunque prestó el mismo juramento que sus predecesores, permitió la política de rusificación que ejercía en Finlandia la administración rusa, dirigida por el gobernador general. La tensión llegó a su apogeo cuando fue nombrado para dicho cargo el general ruso Bobrikov, quien, desde el inicio de su cargo en 1898, empezó a restringir la autonomía finlandesa, publicando el llamado Manifiesto de febrero, en el que se impuso la enseñanza del ruso en las escuelas y, al mismo tiempo, dicho idioma fue declarado lengua de la administración. En 1903, Bobrikov obtuvo poderes dictatoriales pero, al año siguiente fue asesinado en el Senado por un activista llamado Eugen Schaunman.

El sentimiento nacionalista finlandés vivía desde mitad de la década de los años treinta del siglo XIX un primer periodo de esplendor, sobre a partir de 1835, con la aparición del extenso poema épico Kalevala, recopilado por Elías Lönnrot e inspirado, en buena parte, en los cantos populares de los bardos carelianos. Al mismo tiempo, el poder ruso estimuló el empleo del idioma finés como fórmula para contrarrestar la influencia cultural sueca, lo que llevó a la reforma de la enseñanza, de modo que el idioma finés se convirtió en el segundo idioma oficial.

Todo ello tendría un precio. El despertar de la conciencia nacional finesa tardaría su tiempo en colisionar frontalmente con el carácter autocrático del régimen zarista y provocaría un endurecimiento de las relaciones con el paso de los años. Encontramos algunos ejemplos significativos del deterioro de la situación, que ya hemos comentado. En febrero de 1899, y a instancias del gobernador Brobikov, un manifiesto del zar suprimiría el ejército finlandés e impondría el ruso como idioma de la administración.

Esta situación se prolongaría hasta 1905, cuando la revolución rusa produjo una cierta flexibilización, que se tradujo un año después en una reforma parlamentaria basada en el unicameralismo y el sufragio universal. La mujer finlandesa obtuvo el derecho al voto, siendo Finlandia el primer país europeo y el segundo en el mundo en otorgarlo. Sin embargo, en 1907, el éxito de los socialistas en las elecciones de aquel año, provocó la intensificación de la represión y la “rusificación”.

El 6 de diciembre de 1917, aprovechando la actitud benévola del gobierno bolchevique, el Senado finlandés declaró la independencia del país, situación que sería reconocida en el Tratado de Brest-Litovsk, firmado el 3 de marzo de 1918 en la ciudad polaca de dicho nombre, entonces bajo soberanía rusa, entre el Imperio alemán, el Imperio austrohúngaro, Bulgaria, el Imperio otomano y la Rusia soviética.

Documento del Tratado de Brest-Litovsk (1918)

En el Tratado, Rusia renunciaba a Finlandia, Polonia, Estonia, Livonia, Curlandia, Lituania, Ucrania y Besarabia, que a partir de entonces quedaron bajo el dominio y el control social y económico de los Imperios centrales. Al mismo tiempo entregó Ardahan, Kars y Batumi al Imperio otomano y Alemania consiguió reforzar el frente occidental con efectivos orientales.

Sin embargo, la derrota alemana en la Gran Guerra anuló el Tratado y sólo Finlandia y Turquía, sucesora del Imperio otomano, conservaron los territorios fruto del citado acuerdo. En el artículo 6º del Tratado se dice que Rusia debe desocupar Finlandia y las islas Aland, incluyendo sus puertos. “Si el hielo no permite que los barcos rusos dejen los puertos, debe dejarse una tripulación mínima en los mismos”, del mismo modo que las citadas islas “no deben volver a ser fortificadas”.

[… continuará]

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